XX Domingo del Tiempo Ordinario “A”

Liturgia de la Palabra

(Is 56, 1.6-7; Sal 66; Rom 11, 13-15.29-32; Mt 15,21-28)

Texto Evangélico

“Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle: –Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo” (Mt 15, 21-22).

Texto Profético

Mi casa es casa de oración y así la llamarán todos los pueblos (Is 56, 7).

Texto apostólico

“Dios nos encerró a todos en desobediencia para tener misericordia de todos”. (Rom 11, 32).

Texto sálmico

Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben. Que Dios nos bendiga; que le teman hasta los confines del orbe” (Sal 66).

Texto patrístico

“Él es el verdadero pacífico que unió en su persona el pueblo de los creyentes que provenían de la circuncisión, y el pueblo de los creyentes que provenían de la gentilidad incircuncisa; de ambos pueblos hizo una sola Iglesia, de la que es piedra angular, y por esto es el verdadero pacífico” (San Agustín).

Texto Conciliar

“Por ser Cristo luz de las gentes, este sagrado Concilio, reunido bajo la inspiración del Espíritu Santo, desea vehementemente iluminar a todos los hombres con su claridad, que resplandece sobre el haz de la Iglesia, anunciando el Evangelio a toda criatura (cf. Mc., 16,15). Y como la Iglesia es en Cristo como un sacramento o señal e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano, insistiendo en el ejemplo de los Concilios anteriores, se propone declarar con toda precisión a sus fieles y a todo el mundo su naturaleza y su misión universal (LG 1).

Consideración

La revelación que Dios ha hecho de Sí mismo a través de las Sagradas Escrituras y de su propio Hijo tiene como destinatarios a todos los hombres. La humanidad entera es destinataria de la salvación que Dios ha realizado a través de la ofrenda de Jesús.

El mandamiento último de Jesucristo es el de anunciar a todas las gentes la alegría del Evangelio. Todos los hombres son mirados con amor por el Creador del universo. Para Él nadie es extranjero, ni forastero, sino que todos somos hijos suyos.

Ángel Moreno Buenafuente